Batalla en el Campo y fuera de Él.
(El tercer tiempo)
Por Francisco Tortosa,
(Vicedecano por Alicante del Colegio de Criminólogos de la Comunidad Valenciana)Al hablar del deporte en general, la violencia parece limitarse a aquellos en que la competición se lleva a cabo bajo el enfrentamiento de dos equipos, de dos adversarios, cuyo objeto es alcanzar la victoria. Y esta palabra, “victoria”, ya conlleva un lenguaje cargado de agresividad dirigido hacia el opuesto “la derrota del rival”. Es como una guerra que se desarrolla en un ámbito pacífico.
El fútbol es un referente porque recoge gran parte de las conductas agresivas que preocupan a la sociedad actual, no sólo de nuestro país, sino de allí donde la competición se halla más extendida. Y no nos referimos a los deportistas enfrentados entre sí, sino a los aficionados que simpatizan con ellos. Demasiados ejemplos de incidentes con frente atlético, bucaneros, curva nord, Ultra Yomus, Riazor Blues, Biris norte, y otros tantos grupos radicales son testigos de este hecho.
El que el individuo traslade distintas facetas de su personalidad al deporte no es extraño ni llama especialmente la atención, pero que esta conducta se lleve a cabo desde un grupo con determinado grado de organización y no como respuesta a lances del juego sino como algo ajeno al mismo, multiplica la gravedad del hecho. Grupos de aficionados que protagonizan enfrentamientos nada espontáneos, sino por el contrario, previstos y organizados que se asemejan a escaramuzas bélicas.
A la hora de explicarnos estos comportamientos se hace imprescindible remitirnos a la psicología de masas. Y desde dos perfiles individuales, uno activo (los líderes) y otro pasivo (los componentes de los subgrupos que integran el grupo mayor) vemos perfiles menos definidos. Veremos cómo comparten la misma fachada de imagen personas de distinta edad y género.
Esto es porque los sujetos integrados en la multitud pasan por unas percepciones comunes entre sí; de entrada, una vez sumidos en la masa se ven a sí mismos dotados de nuevas cualidades de las que carecían antes y podemos encontrar la explicación en tres factores:
- El simple hecho de integrarse en una multitud, otorga un sentimiento de poder casi invencible que permite desinhibirse de instintos que como individuo hubiera reprimido. De este modo, el sujeto pierde el sentido de la responsabilidad.
- El segundo factor lo constituye el contagio de la conducta grupal a la que el sujeto somete la suya individual su propio interés, eliminando todo filtro cognitivo. Se produce cierto grado de despersonalización.
- El tercer factor viene determinado por la sugestionabilidad, estad o en el que queda el sujeto tras la despersonalización a la que nos hemos referido en el párrafo anterior. Sugestionabilidad que queda en manos de los líderes que dirigirán al grupo desde términos emocionales, consignas, símbolos…
Según el Psicólogo Social francés Gustave Le Bon, “La multitud es impulsiva, versátil e irritable y se deja guiar casi exclusivamente, por lo inconsciente. Los impulsos a los que obedece pueden ser, según las circunstancias, nobles o crueles, heroicos o cobardes, pero son siempre tan imperiosos que la personalidad e incluso el instinto de conservación desaparecen ante ellos. Nada, en ella, es premeditado.»
La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella.
Las multitudes llegan rápidamente a lo extremo. La sospecha enunciada se transforma ipso facto en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía pasa a constituir, en segundos, un odio feroz.”
La ideología es tan superficial como la propia simbología cuyo único fin es cohesionar el grupo y despersonalizar al individuo. Se dogmatiza el mensaje reduciendo la escasa capacidad de raciocinio del sujeto sometido a la masa. Se sobrevalora el soporte emocional del grupo haciéndolo más permeable a los fines colectivos.
Desde la Teoría del Aprendizaje Social, Bandura referirá la conducta desviada como el resultado de las experiencias de aprendizaje de la niñez y la adolescencia. De ahí la importancia en ámbitos deportivos de combatir conductas agresivas, ya en el depo rte base. En esta fase el joven aprende como normal y aceptable aquello que le es habitual y sin rechazo, máxime si dicha conducta es seguida por personajes de referencia como padres, entrenadores,…
El calificativo de radicales que reciben estos grupos no es más que una expresión de su intransigencia y posturas extremas, alejadas de cualquier ejercicio de raciocinio o empatía. Pero su objetivo no es aportar nada al mundo del deporte, su objetivo es la descarga de adrenalina desde la ausencia de sí mismos en la integración de un grupo que les protege. Su aproximación al deporte no hace sino aprovechar la competitividad del mismo para multiplicarla en un campo que termina siéndole ajeno.
¿Cuál es el escenario de estos grupos?
Los mayores picos de violencia se llevan a cabo alrededor de un evento (deportivo, político, musical,…), bien en los itinerarios de aproximación (donde entran en contacto sujetos antagonistas), bien en el propio evento.
Pero hoy no nos referimos sólo al espacio físico, sino también a las redes sociales. En ellas ya se producirán los primeros choques autoafirmando al propio grupo mediante la agresión dialéctica de los grupos rivales.
Aquí llevarán a cabo citas previas a los eventos deportivos o con independencia a ellos para acometerse.
Estrategias de intervención
Es evidente el problema social que se plantea y al que se hace imprescindible responder desde todos los ámbitos de la sociedad. El primer paso es el desvalor social, y será éste el que sirva de argumento al resto. Ninguna condu cta que mantenga una nota de admiración, de justificación, de valoración,… conseguirá erradicarse pues siempre habrá quien asumirá cualquier factor aversivo con tal de recibir la admiración del resto.
No debe haber lugar a dudas en cuanto a que la violencia, el vandalismo, la agresión,… no tienen nada que ver con la vehemencia de la competición. Aunque tengan origen en el entorno deportivo, no tienen nada que ver con él. Ni tan siquiera las ideologías que se exhiben como parte de estos grupos.
Se aplican medidas coercitivas como las sanciones económicas o la prohibición de acceso a las instalaciones deportivas; pero es importante que los clubs deportivos se impliquen negándoles cualquier relación, no es desconocido el apoyo y reconocimiento que han tenido en algún momento estos grupos dentro de las propias entidades deportivas.
Los clubs más serios y en los que prima la promoción del deporte y la deportividad controlan las conductas antideportivas ya en el deporte base, evitando modelos como los que hemos citado anteriormente.
Desde la Teoría de la Oportunidad Delictiva (Cohen & Felson) se puede incidir en cualquiera de los vértices del triángulo formado por un delincuente motivado, una víctima propicia y una carencia en la vigilancia.
En el primer vértice la actuación se centra en dificultar la acción del delincuente incrementando por una parte, su esfuerzo en la ejecución del delito, y por otra, el riesgo de ser descubierto y sancionado.
La vigilancia en las zonas de conflicto permite a los Cuerpos de Seguridad adelantar la acción de protección disminuyendo la oportunidad de que se produzcan este tipo de actos. Ya hay acciones y clubes que han atacado el problema y han demostrado que se puede acabar con este tipo de conductas en el ámbito deportivo.
Es necesario el compromiso de todos los operadores sociales para negar el “tercer tiempo”, la lucha entre aficionados.